Estrenada
el 29 de Junio de 2005 en el 28º Festival Internacional de Teatro Clásico
de Almagro. Patio de Fúcares
No hay nada por encima
del deber adquirido.
Eso parece decirnos
Antonio Coello en su, así considerada, obra cumbre El conde de Sex.
Quizás lo hiciera como regalo a su rey, Felipe IV, de quien siempre fue
leal vasallo, y a quien, por cierto, le estuvo atribuido el texto
durante mucho tiempo. Quizás fuera sólo un tema recurrente del momento.
Lo cierto es que con ello, el autor nos ofrece un claro ejemplo de
fidelidad y lealtad entendido en un doble plano: el político, como bien
social, y el sentimental, como bien personal.
Para ello, elige como
argumento una historia verídica, aunque él la fábula a su criterio: los
amores de la reina Isabel I de Inglaterra con su favorito el Conde de
Essex (aquí de Sex, quizás por razones de rima). Esta historia tan
conocida en su momento (y aún en nuestros días), ha fascinado a
distintos artistas debido al aura de misterio que siempre rodeó a la
propia reina británica, y a la imposibilidad de la historia de amor
entre la reina y su favorito. Coello fue el primero en tratarla en los
escenarios. El autor la consideró
ideal para tratar un doble tema: -El deber como guía
moral del individuo dentro del marco de sus obligaciones. -El amor desgraciado
que sólo encuentra su destino en la muerte. En este sentido podría
considerarse este texto un antecedente de la tragedia romántica
decimonónica española. Sólo el deber ha de
guiar los pasos, no sólo de un buen servidor, sino también de un buen
gobernante, así como de una buena hija y hermana. El deber preside la
línea de acción de nuestro protagonista, el conde de Sex, y también la
de los otros dos vértices del triángulo amoroso planteado por el autor:
Isabel, su reina, y Blanca, su esposa y conspiradora política partidaria
de María Estuardo. La mirada de un español
al pasado de su propio imperio no deja de sorprendernos, ya que elige
como protagonistas a los mayores enemigos de la España del XVI: los
vencedores de la malograda Armada Invencible. Coello, sin embargo, los
dota de una gran dignidad y nobleza, convirtiendo a la reina Isabel en
ejemplo de gobernante justa y sacrificada por su pueblo, y al conde de
Essex en ideal de caballero y servidor tanto de su reina como de su
esposa. La resolución no puede ser más que la que corresponde al
carácter trágico de los personajes: la desolación del gobernante, y la
muerte del servidor; la desolación y muerte de los amantes.
Con esto parece avisarnos el autor de los
peligros que nos acechan, y del riesgo que supone el cumplimiento de la
ley y del deber. Un riesgo, sin embargo, necesario para el
ennoblecimiento del alma del individuo, así como para el bien de la
sociedad a la que pertenece.
En una sociedad actual
tan vacía de valores, el texto supone una revuelta en la conciencia
colectiva y una llamada de atención tanto al político como al ciudadano,
espectadores ambos de esta historia escrita para el ejemplo hace casi
cuatro siglos.
Con un verso elegante y
elaborado, una estructura perfecta, y una trama que enlaza
convenientemente el triángulo amoroso con la conspiración política,
Coello construye una de las tragedias más hermosas de nuestro siglo de
oro.